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La Metafísica de la Luz (igualmente citada como Estética de la Luz o Mística de la Luz) fue un movimiento filosófico dentro de la Escuela Estética de la Baja Edad Media, que equiparaba la Luz con la Beldad Celestial. Afloró dentro de la Filosofía Escolástica –primariamente entre los siglos XIII y XIV–, que trataba sobre el estudio del Creador desde unas premisas más razonadas –para lo que se basaron principalmente en el Aristotelismo–, pero sin renunciar a la fe. Esta proposición influyó considerablemente en el Arte Gótico y, muy destacadamente, en su arquitectura.
Las nuevas construcciones, principalmente, eclesiásticas se perfilan por la definición de un espacio que pretende acercar a los creyentes, de un modo vivencial y cuasi patente, los valores religiosos y alegóricos (metafísicos) de la época. El Humanismo embrionario liberaba al hombre de las obscuras tinieblas y le atraía, inexorablemente, hacia la Luz. Este acontecimiento está íntimamente en coherencia con la generalización de las escuelas filosóficas neoplatónicas, que instituyen un vínculo entre la significación de Dios y el contexto de la Luz. Como las nuevas artes constructivas hicieron, implícitamente, superfluos los gruesos muros, en beneficio de ligeros vanos, el interior de los templos se inundó de Luz. Por lo que, la luminosidad, regirá el nuevo espacio gótico. Será una Luz palpable, no figurada en escenas pictóricas y mosaicos; Luz general y nebulosa, no aglutinada en puntos y tutelada como si de reflectores se tratase. Simultáneamente que es una Luz transmutada y teñida por razón del juego de los ventanales acristalados y los rosetones, que trasforma el lugar en imaginario y metafísico. La coloración de los elementos implicados logrará un valor decisivo en el resultado final del espacio arquitectónico en sí.
La Luz entendida como exaltación de la divinidad. Lo simbólico subyuga a los artistas del momento, la Escuela de Chartres (origen del Gótico) considera la Luz el elemento más noble de los fenómenos naturales, el elemento menos material y la aproximación más cercana a la forma pura (Dios).
El maestro de obra medieval pertrecha una estructura que le permite, por razón de un versado uso de la técnica, emplear la Luz (Luz transformada) que inmaterializa los componentes del edificio, logrando claras sensaciones de elevación e ingravidez.
La filiación de la Luz con el paradigma de lo bello trascendente tiene su origen en la antigüedad, y factiblemente coexistió en el pensamiento de numerosos artífices y místicos previa a una plasmación de la idea por escrito.
En destacables e influyentes antiguas religiones se equiparaba a la divinidad con la Luz, como son el caso de Ra y Atón (egipcios, los dos) y del Ahura Mazda iraniano. Ya la Biblia comienza con la máxima “hágase la luz” (Génesis 1:3), completando que “Dios vio que la luz era buena” (Génesis 1:4). Este “bueno” tenía en hebreo un significado más ético, pero en su traslación al griego se utilizó el vocablo kalós, (“bello”), en el sentido que asimilaba bondad y belleza.
En la esfera de la Filosofía, Platón, inició el camino sobre conceptos estéticos como eje de muchos de sus pensamientos; sobre todo en trasuntos tocantes al arte y la beldad. Como padre del Idealismo fue el inspirador de dos de las teorías sobre lo bello más preservadas a lo largo del acontecer histórico: lo bello como “armonía y proporción” y lo bello como “esplendor”. Reclamó que la beldad es soberana de su plataforma física, de igual manera que no obedece al sentido de la visión, que en muchos casos nos traiciona: la visión sensitiva es ampliamente vencida por la visión del intelecto; la que emana de la Filosofía. En otra vertiente, en el meollo del idealismo filosófico de Platón, donde los cuerpos materiales son “espejos” de una “idea” ubicada en un universo extrasensorial, la belleza será indistintamente ejemplo de esta imagen metafísica, situando la génesis de una percepción de beldad concebida de forma trascendente y no, estrictamente, sensitiva. Será este conocimiento de belleza el que descollará en la Baja Edad Media, mancomunado por la Teología Cristiana con Dios.
Las proposiciones de Platón fueron fielmente estudiadas, trabajadas y asimiladas por el neoplatonismo, uno de cuyos primordiales actores fue Plotino (filósofo griego neoplatónico, 205 a. c. - 270 a. c.), el cual aseveró “Sobre la belleza (interior)”, y que se halla en la existencia, no en las formas, mudándose por expresión, mirada, intensidad, algo que se oculta detrás de las formas, y que equipara como el “ALMA”. Para Plotino lo bello se origina de una forma y la presencia de una “Luz” espiritual que alumbra la obscuridad del elemento material (“alegoría del sol”, el sol como alusión de la belleza perfecta). Por este motivo el fuego es el ideal de belleza en sí mismo, porque no tiene forma, es la “idea” entre los elementos. Equiparó el “mundo de las ideas” de su “Maestro” en un “Uno”, que es como un cañón de Luz, que se origina en la tierra, engendrando la realidad según tres estadios o hipóstasis (el ser, en sus tres partes constituyentes): intelecto, alma y cuerpo. El Alma es el intermediario entre el cuerpo y el intelecto, que es el que más significa de la belleza, al situarse más cerca de la Luz. Así, lo bello no se encuentra en la forma, sino en su “resplandor”: todos los objetos, todas las formas, poseen Luz, que es donde reside la beldad. Plotino fue principal en corresponder de forma palmaria la Luz con la belleza, confirmando los fustes de la que a la postre se enunciaría como “Metafísica de Luz”.
Con posterioridad, el corpus platónico y su reinterpretación en el neoplatonismo, fueron asimilados en la obra de Pseudo-Dionisio (teólogo y místico neoplatónico bizantino; vivió entre los siglos V y VI d. C.), que implicó el trascendental nexo entre la Filosofía Antigua y la Medieval. La principal ocupación de Dionisio radica en la cristalización del pensamiento de Platón adaptándolo a los tiempos del momento: la Luz es el bien (siguiendo el modelo trinitario de Plotino), es la medida del ser y del tiempo. La invisibilidad de Dios se hace sensible para las cosas terrestres a través de la Luz, siendo la Luz inteligible –el bien– el principio trascendente de la unidad. Así, lo bello es la cooperación con la unidad. La beldad cardinal de Dionisio es la de Platón: belleza única, e inmutable, y dependiente exclusivamente del entendimiento. Por todo ello relacionó lo bello con el Creador; en el Universo sólo hay una beldad aparente: la belleza de las cosas es reflejo de la belleza divina. A la vez tomó, como propio, el conocimiento de Plotino de una beldad que es posesión de lo absoluto, sintetizando lo bello y bondad en una beldad “supraexistencial”. Del mismo modo asimiló la percepción plotiniana de emanación para aseverar que la belleza terrenal procede de la celestial. En síntesis, Dionisio enunció el significado de lo bello como “armonía y luz”. En siglos postreros (especialmente en la Baja Edad Media) su pensamiento influenció, sobremanera, en la percepción cristiana de beldad (Robert Grosseteste, San Buenaventura, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Alberto Magno… etc.), al igual que en las representaciones artísticas de carácter profano.
Santiago Peña
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Su excelente trabajo sobre la Metafísica de la Luz, y en especial cuando relaciona a ésta con la arquitectura del gótico, me ha hecho recordar lo que decía Proclo, otro eminente neoplatónico, a este respecto: "El espacio no es otra cosa que la sutilísima luz".
ResponderEliminarMuchas gracias, Estimado Francisco.
Eliminar¡¡¡Exacto!!!
La Luz es la máxima representancón de la armonía del Universo.
¡¡Somos Luz!!
Y hacia la Luz nos dirigimos; sin pausa.
El Alma de todos nosotros es Eterna, como Eterna es la Luz.
Saludos
Santiago
Totalmente de acuerdo. ¡Somos Luz!, como también somos la Idea y su representación simbólica.
ResponderEliminarUn saludo cordial
Francisco