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Tiempo
traicionero; desde los primeros estadios, lento, pesado; pasando por una
aparente estabilidad; acelerándose hacia nuestro último marasmo.
¿Por qué el paso del tiempo no es igual para un
adolescente novato, que para un octogenario experimentado?
El Tiempo
Cronológico (del Universo) es Único, Eterno y Constante. En cambio, el Tiempo que percibe la Humanidad es totalmente subjetivo en
cada uno de nosotros. No somos máquinas proyectándonos con matemática
exactitud. Somos consciencias errantes; perdidas en la desidia de la
inexactitud; alimentadas de egoísmos obscenos; inconclusos homínidos... Somos Almas viajeras; ególatras; atropelladas
por el desamor y abducidas por la inoperancia existencial de la infinitud. Por lo tanto: No somos; nos
dejan; quisiéremos, pero no podemos; transitamos, pero no pilotamos; sufrimos y
(mal) conquistamos. Somos la Potencia,
pero no somos Luz; somos la
frustración y somos la obscuridad de nuestros maltrechos corazones envilecidos
y somos la denostada negritud:
- En la niñez, la Esencia Vital corre vigorosa por nuestras venas. La angelical velocidad de pensamiento, y acción, es centelleo y candor. El Tiempo (real) es pausado, ramplón y zalamero. Parece que no avance. Las tardes de aburrimiento (si no nos programamos actividades de estudio y/o de juego) están aseguradas, porque el Tiempo no "corre". Transita a espasmos. Inocente Tiempo; brumosa Luz.
- En la madurez de nuestro quehaceres vivenciales, el Tiempo, denota firmeza, constancia; sincronía... estabilidad. Tiempo impoluto, terco, cansino,... ¡exacto! Nuestras existencias sugieren correr paralelas al Tiempo, firme y señero.
- En la senectud, en cambio, -¡ay, en la senectud!- desfila veloz; literalmente "corre", mientras, en nuestra esperada obsolescencia, marchamos lentamente -¡muy lentamente!- torpes; casi colisionando. Por este principal motivo, en la vejez, la lentitud de nuestros trémulos pasos (pareciendo que estemos parados) hace que "veamos" pasar el Tiempo a codazos; ráfagas de viento tormentoso, sin parar; sin tregua; sin paz, huraño y ufano. -¡El muy ingrato se permite el lujo de (parecer) esperarnos... esperarnos en una trágica carrera; con un fin anunciado!-
Desde el Comienzo
hasta el Final,
Santiago Peña
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