La espiritualidad como genuino motor de la humanidad
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El Espíritu es la fuerza; es el impulso vital que nos inspira, y azuza, para poder alcanzar metas superiores. La búsqueda de la Verdad Espiritual es la clave de bóveda del devenir humano; del auténtico Ser. Del Ser en mayúsculas. Del Ser en todo su esplendor. Del verdadero portador de la Luz. Y no olvidemos que, todos, somos potenciales portadores de la Luz. El comportamiento, el recto proceder, es la prueba irrefutable del buen camino para, al fin (en nuestro seguro final), encontrarnos con nosotros mismos y, en un juicio unipersonal, abracemos (abracémonos) a nuestra propia faz.
Toda empresa, y todo comienzo, es fruto de un impulso interior individual, o colectivo, pero, al unísono, propulsión hacia una deseada, y bienvenida, conquista del Bien Común. Único universal destino, aparte del programado fin de nuestros días, para, así, dar sentido transcendente al actual sinsentido de nuestras falsarias vidas.
Debemos de conquistar la Verdad. La auténtica Veracidad de nuestras existencias. El Espíritu como motor, y garante, de una fuerza intangible y sutil. La PERSONA es Espíritu como Unidad; es magnificencia como Integridad; es Alma desde el inicio hasta más allá.
En cambio, somos seguidores de desviados caminos; somos discípulos potencialmente honestos, pero castrados de nuestra fuerza vital. Como atributo somos Almas, somos unidades transcendentes y somos guerreros cegados por una ilusoria (y corruptible) luminosidad. Somos angustia y somos entelequia. Somos incompletos, somos Almas solitarias y somos la imperfección del Ser.
Toda empresa, y todo comienzo, es fruto de un impulso interior individual, o colectivo, pero, al unísono, propulsión hacia una deseada, y bienvenida, conquista del Bien Común. Único universal destino, aparte del programado fin de nuestros días, para, así, dar sentido transcendente al actual sinsentido de nuestras falsarias vidas.
Debemos de conquistar la Verdad. La auténtica Veracidad de nuestras existencias. El Espíritu como motor, y garante, de una fuerza intangible y sutil. La PERSONA es Espíritu como Unidad; es magnificencia como Integridad; es Alma desde el inicio hasta más allá.
En cambio, somos seguidores de desviados caminos; somos discípulos potencialmente honestos, pero castrados de nuestra fuerza vital. Como atributo somos Almas, somos unidades transcendentes y somos guerreros cegados por una ilusoria (y corruptible) luminosidad. Somos angustia y somos entelequia. Somos incompletos, somos Almas solitarias y somos la imperfección del Ser.
Obra de todo ello, es necesario recuperar el Espíritu, el Espíritu Universal, que deberá de dar sentido a toda la Humanidad. Ante esta amalgama de desvaríos, seamos eremitas de la ingratitud; seamos ermitaños de la laxitud; seamos misántropos de la negritud. Seamos conquistadores de fuego purificador; seamos instigadores de alud de aguas emergentes; seamos hacedores de una catarsis sin fin, en diluvio universal, de imaginarios paradigmas de extenuante, y putrefacto, fulgor.
Seamos Alma, insertada en reino natural; seamos Espíritu, en el más allá
Santiago Peña