domingo, 7 de junio de 2020

DEMIURGIA Y AUTOEXISTENCIA


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Partiendo de un comienzo que aún no procede, el Demiurgo -como concepto- es el impulso creador. Es pura abstracción de algo que no existe pero que, a su vez, es la preexistencia. Nada existe antes que él. Ni el propio Universo. Pero, en sí, es la autoconsciencia única e inmanente. No es Dios, ni lo pretende; precede al propio Dios y, por ende, es anterior a la propia creación. Es el propio caos, es el caldo primigenio y es el puro pensamiento tomando consciencia de sí mismo.
 
Por lo que el Tao (chino), el Nun (egipcio) y el Brahman (hinduista), son -los tres- el mismo concepto demiúrgico que se ha ido desarrollando, a lo largo de más 7.000 años de existencia de la humanidad, en tres diferentes épocas históricas y zonas geográficas. Y, a pesar de todo ello, y por tanto, son una misma, y única, realidad cosmogónica.

La Dualidad como desdoblamiento de la Unidad

Por ejemplo, en el Taoísmo chino (como unidad absoluta) se emplean las voces yin y yang para revelar la dualidad de todo lo existente. Al igual que en el desaparecido Gnosticismo (cristianismo primitivo): el bien frente al mal, el hombre y la mujer, el Ser Supremo frente al Demiurgo, el espíritu (y el alma) y, su anverso, el cuerpo. El mundo de las ideas (como pensamiento perfecto) frente a la materia (como una manifestación de la imperfección). Pero, el entorno es uno. Lo mismo que la imagen y su reflejo: visión dual de una misma realidad.


Santiago Peña


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LA MUTABILIDAD DE LA ENTIDAD PARA SEGUIR SIENDO ELLA MISMA


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Forma y Esencia

Todo cambio, o metamorfosis, es una simple mutación de la forma, no así de su esencia.

Los seres vivos (en su representación corpórea) nacen, crecen, maduran y mueren. En cambio, su Identidad se mantiene firme, inalterable. Es decir: en un estado de impenetrable durabilidad. Eterna; imperturbable en su majestuosa infinitud. De igual forma, objetos fabricados y destinados a infinidad de usos tienen su propia alma siempre que hayan compartido su existencia con seres (supuestamente) inteligentes (no necesariamente) y, evidentemente, poseedores de alma (humana, animal o vegetal).

El Alma y, su “motor”, el Espíritu conforman al ser auténtico en toda su plenitud. El cuerpo lo dota de temporalidad; de finitud, en un gradiente constante (o variable), de transformación. La dinámica del objeto (material) preexiste en una supuesta realidad palpable. En cambio, la estaticidad del Alma mora imperturbable en una verdadera realidad intangible.


¿Qué entendemos por Realidad?

Lo que percibimos a través de los sentidos, se dice. ¿La Realidad es un sentir, es un percibir, es un intuir o es una abstracción? Como concepto no determina lo absoluto, sino, más bien, todo lo contrario. Los sentidos son receptores altamente subjetivados y en absoluto fidedignos; de igual manera que son los sentimientos. Lo que creemos ver pueden ser recreaciones idealizadas o simples alucinaciones de una imaginación desbocada o portentosa.

 

La PERSONA y sus falsas imágenes


Una PERSONA, como sujeto único e intransferible, puede llegar a recrear una variopinta proyección de falsas imágenes. Expresado de otro modo: la imagen refleja los brillos y efímeros destellos del irreal objeto que nos ha sido proyectado.

En conclusión: todo cambio es inevitable y constante (o variable) pero, finalmente, ineludible. “El río, en su forma, ya no es ese río pero (en esencia), sigue siendo el mismo río” (Heráclito). Y de igual manera, la invariabilidad de las cosas no se puede dar axiomáticamente en el mundo físico de la aparente realidad.

Todo cuerpo inerte, en su aparente estaticidad, mutará en el tiempo (fruto de una incuestionable degradación) fusionándose con el elemento base que lo sustenta o, simplemente, desaparecerá: “La casa, de obra pétrea, fue destruida por la caída, en pleno vuelo, de un avión que perdió el motor”. La realidad de la edificación damnificada es su segura ausencia (a no ser que se decida su recuperación). En cambio, el más que posible recuerdo de la construcción extinta nos indica la existencia de un alma compartida por la totalidad de vidas que moraron en el hogar desaparecido.

Este mismo ejemplo se puede dar en casas con un final no tan traumático como en el caso anterior; simplemente por un mínimo uso, o desatención, de las mismas. En esta triste situación, y tras su abandono, la casa habrá desaparecido tanto en el plano físico como en el plano espiritual: “han paso más de veinte años y ya nadie se acuerda de ella”. Ahora sí que “posee” el certificado de su segura desaparición. No obstante, simplemente que haya alguien que, en un momento dado, la llegue a mencionar resurgirá de su ruinosa presencia… Más degradada, más difusa, más decrépita… Pero, su Alma seguirá presente. ¡Eso sí!: siempre, insisto, que alguien la siga recordando.


Santiago Peña


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