domingo, 26 de julio de 2020

EL GOZO POR LA CONTEMPLACIÓN


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El Quietismo (Miguel de Molinos, teólogo español, 1628 – 1696) fue una actitud filosófica (que en tiempos, ya pretéritos, tuvo una base mística) de búsqueda de la contemplación por la neta y llana admiración. Del goce límpido, puro; etéreo. El contacto físico no se pretende ni se vislumbra. Nada material ni pecaminoso; solo el arrobo, la inocencia y el candor.

Es por ello que, el éxtasis ante cualquier tipo de belleza (tanto desde la más pura espiritualidad, así como desde los más elementales sentidos), no necesariamente nos tiene que arrojar a un deseo irrefrenable de apropiación o posesión física de nada ni de nadie.

Por ejemplo: una obra pictórica, inicialmente, se observa, se contempla y, si agrada, se admira. ¿Poseerla?...  ¿Por qué y para qué? No somos bestias salvajes, ni sedientos seres primitivos, subyugados en una permanente (e irresistible) excitación.

Sólo somos PERSONAS, espíritus extenuados, y maltrechos, ante la pertinaz solitud; figuras guerreras anhelantes de harmonía, de luminosidad y de amor hacia todo lo que nos rodea; en una declaración inquebrantable de amar. De una búsqueda irresoluble de la “otra mitad” y de la teórica perfección ante una idealizada unión. De amar, sin fisuras, a toda la humanidad. De una humanidad huérfana de unidad, de luz y de amor.

Gracias a este cardinal impulso (una gran mayoría) nos sentimos atraídos por la Belleza. Por ser, ésta, testigo último de su primigenia luz; de un remanso inmaculado, e infinito, de quietud, de permanente éxtasis y, por ende, de perennidad.
 

El proceso último de la quietud es la culminación de lo eterno


El Sabio, como prueba de lo vivido, transita, sin pretenderlo, en paz consigo mismo y con todos los demás. Vive en la Luz, por la Luz y para la Luz. Por lo que, la sabiduría, no dispone ni de aristas ni de atajos. El Sabio (participante) solo puede vivir en la Verdad; convertido en un adalid (o personificación) de la Bondad. Estos personajes (extraordinarios, escasos y únicos) de todo pueden gozar: desde la cuasi mística contemplación hasta la dinámica y “luchadora” acción. La ingratitud de algunos no es obstáculo para seguir cabalgando en el excelso “Unicornio Blanco”, sin descanso y sin desmayo. Todo por el bien de todos y nada para él. ¿La recompensa? la absoluta paz: en la vida presente y en la Eternidad.

En consecuencia, la trágica, y acelerada, regresión de la presente humanidad, es un palpable testimonio del abandono (poco más o menos) irreversible de la (verdadera) Belleza: la que desprende Luz, una Luz celestial. Perfección del infinito; más allá de la mismísima Eternidad.


Santiago Peña


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