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El Positivismo (o Filosofía Positiva) es una doctrina filosófica que declara que el único saber fidedigno y, por tanto, autorizado es el Conocimiento Científico (o Ciencia Empírica), y que tal saber sólo puede manar del Método Científico.
Como resultado de esta “fanatizada” (y desmedida) actitud, los positivistas critican, despiadadamente, a la “vieja” Metafísica (más allá de la física); llegándola a describir como una trasnochada pseudociencia. Y todo ello a pesar de ser, la ya citada, una incansable escrutadora de “lo que está más allá” de la mismísima ciencia. Para el Positivismo dominante, éste es su gran valor y su gran pecado.
No olvidemos que, el Positivismo, proviene del Empirismo, del Utilitarismo y de la Epistemología (o Teoría del Conocimiento Científico). Siendo sus principales impulsores, a principios de la era contemporánea, los filósofos de la ciencia, franceses los dos, Henri de Saint-Simon (1760 - 1825) y Auguste Comte (1798 - 1857), y el filósofo utilitarista, británico, John Stuart Mill (1806 – 1873).
Como crítica desapasionada, hacia este idolatrado sistema filosófico, podemos destacar, a través de sus postulados, una indisimulada tendencia a dar una enorme valía a los conocimientos científicos, o supuestamente científicos, en contra de la innegable espiritualidad de la PERSONA. Por todo ello, al ser la escuela de pensamiento imperante en la actualidad, goza de todos los parabienes de las democracias liberales. Todas ellas hegemónicas en el orbe occidental.
Como colofón, a todo lo previamente expuesto, el resultado final para la PERSONA, en su contemporáneo transcurrir, es deprimente por ser catalogada, la misma, como un objeto (científico, analítico, numérico o económico) más de estudio. Por lo que, en referencia al trato o atención sobre una PERSONA cualquiera, se pasa de la humanizada Identidad del sujeto al simple estudio, trámite o acción, sobre un “subordinado” objeto desnaturalizado. En conclusión:
La PERSONA es “rea” -¡y sin respuesta!- a su desacralizada identidad
Santiago Peña
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