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El caos, desde un conjunto heterogéneo de visiones, podríamos definirlo como aquello que es impredecible, amorfo, en desorden, incierto, confuso o, la incapacidad de la PERSONA de dominar el medio en el que transita.
Dentro del abigarrado universo de la mitología universal, nos vamos a centrar en una de las mitologías más significativas, complejas y apasionantes que nos ha legado el mundo antiguo, como es la egipcia: En todas las narraciones cosmogónicas, el caos es aquello que se halla antes que el resto de los dioses y fuerzas esenciales, es decir: es la fase inicial del cosmos infinito. El término procede del griego antiguo Χάοs, ‘espacio que se abre’ o ‘hendidura’.
En el comienzo del mundo, según antiguos autores relatan, toda la naturaleza no era sino una masa informe, llamada caos. Los elementos yacían en confusión: el sol no esparcía su luz, la tierra y el espacio era todo uno, y el mar carecía de riberas. El frio y el calor; la sequía y la humedad; los cuerpos pesados y los cuerpos ligeros se confundían y chocaban continuamente, hasta que el dios Shu, para poner fin a tan prolongada lucha, separó el cielo de la tierra, la tierra de las aguas y el aire más puro del aire más denso. Una voluntad omnipotente plasmó el globo, formó las fuentes, los estanques… surgió la vida.
En síntesis, bajo el perfil de una divinidad cosmogónica semejante se esconde el concepto filosófico de: “iniciación primordial única”, o caos. En todas las cosmogonías, de otras culturas o civilizaciones, es una constante el origen del cosmos (orden), como antítesis del caos. Como ejemplo, sigamos con la misma mitología egipcia:
- Nun, «mar primario» (caos) y elemento común en las diversas cosmogonías del Egipto Antiguo. No existe porque es un concepto; “es lo no existente”.
- Atum, dios autocreado "el que existe por sí mismo", surgió del "caos" (Nun) creándose a sí mismo (por razón de la masturbación, secreción, humores, sudoración u otros procedimientos). Mediante su cognición y por asimilación es Ra (en Heliópolis se le llamaba Atum-Ra), padre de los demás dioses. De él nacieron: Shu (el aire) y Tefnut (la humedad).
- Shu, “rayos de Luz” (vacío o aire), es una divinidad cósmica y, por consiguiente, creadora; responsable del hálito de vida. Personifica la atmósfera, encarnando el principio vital del cosmos. Su misión principal es mantener separados a sus hijos, Geb (la tierra) y Nut (el cielo), como forma de evitar que vuelva a resurgir el caos.
- Tefnut (la Humedad), Diosa
que personifica la humedad, simboliza al rocío,
que tonifica, y a los cursos orgánicos que causan humedad. Incorporada a las deidades
guerreras, al ojo solar, de Ra, y a la serpiente real Uraeus
(representación de la diosa Uadyet).
Mat, como representación del orden
La diosa Maat (hija del dios Sol, Ra), como símbolo de la verdad, la justicia y la armonía cósmica. Es, esencialmente, un concepto abstracto de justicia universal y, sobre todo, de equilibrio cósmico u orden; que prevalecen en el mundo desde su inicio (cósmico) y que, por encima de cualquier vicisitud, es preciso salvaguardar. Por este trascendental motivo es considerada suprema guardiana del orden universal y, por ende, la representación antitética del caos; es por ello protectora del mundo conocido y de su principal representante, aquí en la tierra, el faraón.
Apofis, como el resurgimiento cíclico del caos
La serpiente Apofis encarna, en la mitología egipcia, a las potencias malignas que moran la Duat; siendo la materialización del caos, así como de la insurrección de los males que habitan en el mundo (tanto cósmico, como social). Cada noche, Ra (el dios Sol y padre de todos los dioses), junto con Maat; una vez más, derrotan a Apofis para volver, los dos, a resurgir al alba. Manteniéndose, inquebrantablemente, el ciclo de la victoria del orden cósmico (Maat) sobre el caos (Apofis). Es pertinente destacar que, desde el comienzo de la civilización egipcia, en ningún momento se contempló que el desorden (el mal o caos) fuese totalmente aniquilado, sino solamente constreñido. Por tal razón, para los antiguos egipcios, era inevitable que coexistiese la idea del mal para que el bien fuese viable: el día (el Dios sol Ra, auxiliado por Maat) da paso, imperturbablemente, a la noche (Apofis, junto con el dios Seth, hijo de Ra) y, una vez superado el enfrentamiento, vuelve a resurgir la luz (del día) y, con ella, el orden. Y así hasta el fin de los tiempos.
¿Estaremos, en estos momentos, enclaustrados en la “Era de Apofis”?
Santiago Peña
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