miércoles, 26 de diciembre de 2012

SOBRE LA PERMANENCIA DEL SER


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El llamado tiempo únicamente existe dentro del universo “creado”. En el presente el tiempo no tiene ningún sentido, porque siempre estamos en él.

Lo que piense, diga y/o haga, siempre será el presente. Solo existe el aquí y ahora. En el pasado habremos dejado de existir y en el futuro no habremos empezado a estar. Por consiguiente: nada existe fuera del presente.

Más allá de mi existencia, lo que haya dicho (o hecho) quedará (o no) en la memoria de los demás, a través de obras de tipo material, intelectual i/o artístico.

La inmortalidad, como la duración indefinida de algo en la memoria de las PERSONAS, es una constante en el género humano y clave de nuestra evolución: progresamos porque negamos nuestra mortalidad.

Por lo tanto: a todo signo de mantenerse en la existencia se la llamará creación.

Creamos (o nos crean) como forma de ampararnos en una supuesta inmortalidad, inmutabilidad o eternidad.

Toda presencia tiene un tiempo de permanencia que será más o menos longevo (la no desaparición definitiva) en función de nuestro grado de proyección (huella) hacia el entorno (sociedad/PERSONAS).

Como acción primordial es la descendencia o perpetuidad de la especie y/o estirpe.

Acto seguido, como fruto de nuestra razón de ser y de una necesidad incuestionable de perdurabilidad (subsistencia, como persistencia, estabilidad y conservación de las cosas), construimos y/o fabricamos para protegernos, en primera instancia, a nosotros mismos y, en segunda (y no menos importante), a nuestra prole.

Una vez cubiertas nuestras necesidades básicas (descendencia y subsistencia; el orden es lo de menos), tomamos conciencia de nuestra identidad como individuos transcendentes -limitados en lo físico pero infinitos en el pensamiento- siguiendo en la lucha por nuestra perpetuidad; nos convertimos en CREADORES en su máxima expresión.

En toda obra (arquitectónica, escultórica, pictórica,…etc.) hay una reivindicación permanente hacia nuestra PERSONA: deseo irrefrenable de perennidad.

Keops, segundo Faraón de la IVª Dinastía del Imperio Antiguo Egipcio (2579 a 2556 a. C.) y artífice de la Gran Pirámide, no se planteo (ni se cuestionó en ningún momento) en realizar esta magna obra en beneficio de su pueblo, o en homenaje a las deidades de la región, si no, más bien, en todo lo contrario: en la perpetuidad de su memoria, a través de tan singular edificio, hasta el presente más inmediato -¡Y a fe que lo consiguió!-

Al negar nuestra propia desaparición nos aferramos a la vida a través de la prolongación “artificial” de nuestro ser:

“¡No pretendo hacer sufrir!
¡No ambiciono ser amado!
¡Sólo deseo vivir!
¡Sólo recordado!”


El olvido, por parte del grupo, a una(s) determinada(s) PERSONA(S) es el peor de los castigos posibles; no hay execrable fin que la desaparición de nuestra evocación. Dejamos de existir cuando dejamos de pensar en nosotros mismos y/o por parte de nuestros congéneres. En el Antiguo Egipto la forma de hacer “desaparecer” a un personaje “incomodo” era borrar su nombre en estelas, lápidas o monumentos funerarios. Como ejemplo paradigmático: el caso de la reina-faraona Hatshepsut (1490–1468 a. C.), sus nombres y títulos, fueron borrados metódicamente de la lista de reyes y en edificios principales de su reinado y, consecuentemente, desterrada al "olvido".  

Hay una expresión popular, hoy en día, muy extendida que, viene a decir (más o menos): “no me importa que hablen para mal o para bien de mí, pero, lo que no soporto, es que no hablen”.

En resumen: no llevamos nada bien que nos ignoren, que nos olviden... Es como si hubiésemos desaparecido a ojos de los demás seres pensantes.

En consecuencia: en ningún momento permanezcamos callados, reivindiquémonos permanentemente y jamás seremos olvidados.

Vivir en el presente es vivir en la perpetuidad; crear y proyectarnos es permanecer en el infinito continuo. Seamos obra de nuestro pensamiento…

¡No vivamos en el pasado, porque ya no existe! y… ¿el futuro?


¡Seamos Presente; seamos Eternidad!


Santiago Peña


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