sábado, 20 de marzo de 2021

SOBRE LA DIVINIDAD Y LA TRANSCENDENCIA

  

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Toda PERSONA, con un marcado sentido de la Espiritualidad, es consciente que advierte “algo”, que no sabe que es, desde el mismo origen de lo que se entiende por Existencia. Existencia, de la misma Existencia. Esa Existencia que es Única y es el Todo, de lo que se conoce por Universo; que es Inmanente; por lo tanto Preexistente, Perenne y, por ende, Transcendente.

A este conjunto -¡Único!- de propiedades ontológicas, unos llamarán, a ese “algo”, Dios; otros, Ser; unos pocos, Demiurgo; muchos otros, no se pronunciarán porque se resistirán a reconocer “algo” que no entienden y, por lo tanto, lo “borrarán” de sus pensamientos más profundos. Y, por tanto, no llegarán a “creer”, a pesar de que, posiblemente, lo sigan intuyendo.

Sin embargo, desde una visión netamente espiritualista, podremos llegar a convenir que lo que entendemos por Divinidad, para algunos, otros lo percibirán como una vivencia, netamente, de Transcendencia.

 

Divinidad = Transcendencia

 

Por lo que, la lógica y el sentido común, nos llevarán a una evidente analogía, de asimilación de la Transcendencia, como un estado de unicidad con Dios o, sencillamente, a lo Sagrado. Clérigos y creyentes, serán unos firmes defensores de esta “salida” deísta. En cambio, para ateos (“espiritualidad atea” o “sin dios”), místicos y espíritus sueltos, lo verán como una simple, y natural, “ascensión del ser”. De nuestro ser; de nuestra alma. Y esa misma “elevación del alma vendrá impulsada por la propia “fuerza de nuestro espíritu”. Esa momentánea “liberación del alma” nos podrá llegar a proporcionar estados de una profunda quietud, paz o -¡porque no!- de una inefable felicidad.

Por cierto, la música (evidentemente, no toda ella) es un extraordinario vehículo de Transcendencia. Determinados tipos, o estilos, nos pueden llegar a resultar, francamente, “excelsos”.  

 

Santiago Peña

 

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