*
* *
Los llamados "sabios", simplemente, comparten la “luminosa” (y aturdida) percepción de su
no-sabiduría. Por lo tanto, son conscientes de que no lo son, ni que jamás lo llegarán
a ser. Por este cardinal (y “sapiencial”)
motivo, el resto de los mortales los “ven”,
triste y figuradamente, como a unos sabios ennoblecidos. En verdad son “sabios”, en su manifiesta Bondad, en su inquebrantable Dignidad y en su Íntegra presencia rebosante de Luz.
En cambio, de lo único que son, y se “ven”, de ser “sabios” de su propia barbarie. -¡Todo un mérito, para los tiempos
que corren!- Todo un mérito de ser unos entendidos de sus propias limitaciones;
de su propia ignorancia; de su propio pesar.
No
obstante, existe una parte, nada desdeñable, de la propia humanidad, que es, supinamente,
inconsciente de su presencia en esta (madre) tierra y, por ende, de su (propia
y extraviada) ficción existencial.
Una pátina
de neblina constante, confunden visiones inmaduras; obnubiladas por refulgentes
luces de neón. Destellos expertos; directos al corazón. De corazones quebrados,
por un certero diapasón. Vibraciones distorsionadas, pero, en una perfecta “sintonización”.
Por todo
ello, esa humanidad, deshumanizada, no camina: repta; no transita: se arrastra.
Nieblas oscuras, evolucionadas en noches sin razón. En ríos de humanas apariencias.
En riadas de humanoides enloquecidos. En un consumismo destructivo, ignoto,
oculto, en expansión; hasta la mismísima (auto) destrucción. Sólo “el sabio relojero” es conocedor de tan afligida
disolución. Sólo Él, y nadie más que Él, es sabedor de los endógenos males de
este mundo. De un mundo que no merece seguir siéndolo. -¡Nada merecemos, ni el
propio perdón!-
Millones de
luciérnagas dispersas, marchitas -¡menos que velas!- se desvanecerán en un mar
de lágrimas infinitas, de almas (casi) difuntas; en un océano de hogueras exterminadoras.
De piras flameantes; alimentadas por males difusos. De males pestilentes; confluyendo
en un vacío absoluto. En la nada, por razones obvias, no podrá ser. Permanecerá
un inane desierto, sin pensamiento; sin juicio… En una oquedad, distinta. Él,
lo sabrá. ¿Del resto? El resto, desaparecerá…
Nada quedará,
ni el recuerdo del último estertor.
Solo Dios es
Sabio
Santiago Peña
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario